Los hombres no lloran... es la primera palabra que escuchamos en nuestra infancia, cuando los niños de nuestro vínculo más cercano (hermanos, primos o compañeros del jardín) muestran deseos de llorar, ya sea porque jugando se cayeron y se hicieron una herida, o porque les quitaron un juguete. Es así, que crecemos con ese estigma, donde por una parte las niñas son quienes demuestran sus sentimientos lo que se traduce a un síntoma de debilidad, mientras que los niños deben ser fuertes y valerosos.
Es evidente que lo anterior expone las características de la sociedad patriarcal en la que vivimos, ya que en este sentido son las mujeres quienes durante siglos han pasado a ocupar la esfera privada de la sociedad, es decir, el hogar y el cuidado de los/as hijos/as, mientras que los hombres ocupan la esfera pública de la sociedad, se desenvuelven sin problemas en su lugar de trabajo e imponen autoridad en el hogar, preocupándose de llevar todos lo meses el dinero necesario para mantener a su familia para trasformarse en el sustento de ésta.
Sin embargo es en este punto donde quisiera detenerme. Como mujeres, la sociedad nos ha mantenido en un estado de menores de edad (como mencionan autoras feministas), de manera que es el hombre quien se encarga de diversos aspectos para mantener el hogar, independiente que de sean las mujeres quienes en muchos casos lo administren económicamente. Pero, ¿qué ocurre cuando el jefe de hogar se ve imposibilitado de cumplir con sus labores cotidianas? (pensando en una familia compuesta por un papá y una mamá) ya sea porque esta cesante o porque tiene una enfermedad que lo limita temporalmente.
Claramente las mujeres en estos casos deben salir de ese estado de menores de edad que la sociedad les ha asignado y hacerse cargo de tal situación. Aunque se torne complejo, ya que desde pequeñas los/las adultos/as nos dijeron que los hombres son fuertes.
En fin, cuando vives una situación en la que el hombre es quien se ve debilitado, comprendes que los hombres también lloran, tienen bellos sentimientos y son sensibles, de manera que al igual que las mujeres, son víctimas de la sociedad patriarcal que los obliga a actuar de una determinada manera y bajo normas de conducta enfocadas a demostrar virilidad y fortaleza permanentemente.
De esta forma nos podemos dar cuenta que la sociedad en la que vivimos nos visualiza como seres humanos/as incompletos/as, ya que no sólo las mujeres somos debilidad y sentimientos, mientras que los hombres no sólo son vigor y fortaleza. Ambos tienen elementos del otro, que nos permiten compartir experiencias, conocimientos y emociones constantemente.